Rosario de Acuña y Villanueva (Pinto, Madrid, 1 de noviembre de 1850 - Gijón, 5 de mayo de 1923) fue una escritora, pensadora y periodista española.
Considerada ya en su época como una de las más avanzadas vanguardistas en el proceso español de igualdad social de la mujer y el hombre —y los derechos de los más débiles en general.
Nacida en una familia emparentada con la aristocracia, se mostró desde muy pronto como una mujer íntegra, creativa e indomable. Su talante librepensador de ideología republicana y su corta pero valiente y provocadora producción teatral, la convirtieron en una figura polémica y en objetivo de las iras de los sectores más conservadores de la España de la segunda mitad del siglo XIX y primer cuarto del siglo XX.
Su primera colaboración periodística se documenta en 1874, en La Ilustración Española y Americana, y su bautismo literario ocurrió el 12 de enero de 1875, fecha en que se estrenó en el Teatro del Circo, en Madrid, su primera obra de teatro, Rienzi el tribuno —un alegato contra la tiranía—, cuando la autora todavía no había cumplido los veinticinco años de edad. No solo el público asistente, sino además críticos como Clarín o venerables dramaturgos como José de Echegaray o Núñez de Arce, le dieron su aplauso y bendición; no en vano, la obra era una llamada a la libertad, y la nueva autora -¡una mujer!- cerraba filas en el grupo de la intelectualidad liberal española del momento.
Como periodista, Rosario desarrolló todo un programa de denuncia contra la desigualdad social entre la mujer y el hombre y contra la institución que "no solo lo permitía sino que lo alimentaba", tarea en la que destacaron desde 1884 sus colaboraciones con Las Dominicales del Libre Pensamiento, semanario madrileño fundado y dirigido por Ramón Chíes, y formando frente con Ángeles López de Ayala. Ese espíritu beligerante (o inconcebible, o lúcido, o valiente, o endemoniado, en función de quién pusiera el adjetivo) la acercó a la intelectualidad progresista española masculina, convirtiéndose en la primera mujer a la que el Ateneo de Madrid dedicó una velada poética. Ocurrió en la primavera de 1884 y aunque el acto en sí no pasó de una sencilla lectura poética, no tardó en convertirse en otro episodio provocativo para unos y emblemático para los opuestos. Su producción, tanto creativa como periodística, había ido aumentando. En ese periodo central de su vida son muy habituales las colaboraciones en los principales diarios (El Imparcial, El Liberal) y revistas españolas (Revista Contemporánea, Revista de España). Autora conocida y reconocida participó en los sectores sociales y culturales afines al libre pensamiento que apoyaban los republicanos, con proposiciones tan conflictivas como la separación de la Iglesia y el Estado. En esa misma línea, con treinta y cinco años de edad, Rosario ingresó en una logia de adopción masónica, la Constante Alona de Alicante, con el nombre simbólico de «Hipatia», que aparecerá desde entonces en muchos de sus escritos; el acto de su iniciación en dicha logia se celebró el 15 de febrero de 1886. También estuvo vinculada a la logia Hijas del Progreso de Madrid en 1888 y a la logia Jovellanos de Gijón a partir de 1909. En los últimos años de la década de 1880 desplegó una gran actividad viajando por Galicia, Asturias, Andalucía y el Levante español.
En el umbral de la última década del siglo XIX, Rosario de Acuña dio a luz su drama más valiente y desde luego el más famoso por atrevido y escandaloso. Como ninguna compañía estable se atrevía a ponerlo en escena, la autora creó su propia compañía, alquiló el Teatro Alhambra de Madrid, y estrenó El padre Juan en abril de 1891, resultando clamorosos el éxito y el escándalo. Obra anticlerical por antonomasia, acusando a la Iglesia católica de institución "manipuladora y moldeadora de conciencias" y echando por tierra buena parte de los intocables pilares de la sociedad burguesa.
Pero a pesar de haber superado la censura previa y contar con el permiso pertinente, el gobernador de Madrid ordenó la clausura del teatro y la interrupción de las funciones. Rosario decide entonces abandonar la capital de España y hace un breve viaje por Europa. A su regreso, Rosario trasladó su residencia al pueblo de Cueto, en las afueras de Santander. La acompañaron, además de su madre, Carlos Lamo Jiménez —un joven que había conocido en Madrid en 1886 y que ya nunca la abandonaría— y la hermana de este, Regina.
Rosario de Acuña, amante del campo y de la naturaleza, llegó a convertirse en una experta en avicultura y una auténtica innovadora en su época. Habiendo acudido a la primera Exposición de Avicultura, celebrada en Madrid en 1902, y publicado en el diario El Cantábrico de Santander una colección de artículos técnicos sobre este primitivo recurso agrario, llegó a recibir una medalla por sus estudios prácticos, investigaciones y labor de difusión de la industria avícola, como un planteamiento de alternativa para la mujer rural.
Después de que los dueños de la finca santanderina en que había montado la granja le rescindieran el contrato —sometidos quizá a presiones de las fuerzas conservadoras—, Rosario se trasladó a la vecina Asturias y, con el apoyo del Ateneo-Casino Obrero de Gijón, inició en 1909 la construcción sobre un acantilado de su solitaria casa en "La Providencia" (Gijón), en la que habitaría ya desde 1911 hasta su muerte.
Instalada en "La Providencia", Rosario desataría de nuevo la furia en todos los estamentos convencionales de España, con la publicación de un artículo que le envía a Luis Bonafoux, editor en París del periódico El Internacional («L'Internationale»), en el que muestra su indignación e ironiza el suceso ocurrido en Madrid, reseñado en el Heraldo de Madrid del 14 de octubre de 1911, a propósito de los insultos de un grupo de estudiantes a universitarias de la Universidad Central, artículo que, reproducido también en El Progreso de Barcelona del 22 de noviembre de 1911, causó tal escándalo que desató una huelga masiva de estudiantes. El gobierno decidió tomar partido del lado de los huelguistas —esta vez sí— planteando el procesamiento de Rosario de Acuña. Ante la perspectiva de ir a prisión, Rosario de Acuña tuvo que exiliarse en Portugal, coincidiendo con la instauración de la república lusa. Poco más de dos años después, en 1913, regresó del exilio gracias al indulto propuesto para ella por el conde de Romanones (que 'justificó' el perdón con estas palabras: "Rosario de Acuña, que debe tener más años que un palmar, ha de volver a la Patria, porque es una figura que la honra y enaltece").
Murió a causa de una embolia cerebral en su casa de «La Providencia»