Mercè Rodoreda i Gurguí (Barcelona, 10 de octubre de 1908 – Gerona, 13 de abril de 1983) fue una escritora española.
Está considerada una de las escritoras de lengua catalana más influyente de su época, tal como lo atestiguan las referencias de otros autores a su obra y la repercusión internacional, con traducciones a cuarenta idiomas diferentes. Su producción abarca todos los géneros literarios; Rodoreda cultivó tanto la poesía como el teatro o el cuento, aunque destaca especialmente en la novela. Póstumamente se descubrió una vertiente más, la pintura, que había quedado en segundo término por la importancia que Rodoreda daba a la propia escritura:
Escribo porque me gusta escribir. Si no me pareciera exagerado diría que escribo para gustarme a mí misma. Si de rebote lo que escribo gusta a los demás, mejor. Quizás es más profundo. Quizás escribo para afirmarme. Para sentir que soy ... Y acabó. He hablado de mí y de cosas esenciales en mi vida, con una cierta falta de medida. Y la desmesura siempre me ha dado mucho miedo.
La narrativa fue el principal campo literario de la autora y por el que es ampliamente conocida. A la hora de clasificar el corpus narrativo de Rodoreda existe una disparidad de criterios, aunque principalmente se dividen según las etapas de la vida de la autora, según el contenido (psicológico-realistas o mítico-simbólicos) o según los personajes principales (adolescencia, juventud, madurez, vejez- muerte). Mayormente se opta por dividir sus obras en tres etapas cronológicas y por separado, un cuarto grupo donde se incluyen las dos narraciones póstumas, Isabel i Maria y La mort i la primavera. Las tres etapas serían las obras de antes de la guerra (1932-1938), donde se encuentran las cuatro primeras obras de Rodoreda y la primera versión de Aloma; las obras entre el exilio y el retorno del mismo (1958-1974), donde hay el grueso narrativo de Rodoreda que va desde la publicación de Vint-i-dos contes hasta Espejo roto y después del regreso, donde se encuentran Semblava de seda i altres contes, Viatges i flors y Quanta, quanta guerra...
Una novela se hace con una gran cantidad de intuiciones, con una cierta cantidad de imponderables, con agonías y con resurrecciones del alma, con exaltaciones, con desengaños, con reservas de memória involuntaria... toda una alquímia. Una novela es, también, un acto mágico. Refleja lo que el autor lleva dentro sin que casi sepa que va tan cargado de lastre.
Mercè Rodoreda, prólogo de Espejo roto.
La obra de Rodoreda es el fruto de la evolución personal y literaria de la autora. Se aprecian sobre todo influencias de Marcel Proust, Joan Sales, Armand Obiols, Virginia Woolf, Thomas Mann, Víctor Català, Josep Carner y Delfín Dalmau. Aunque se puede encontrar la huella de diferentes autores a lo largo de toda su obra literaria, es en sus primeras obras, cuando buscaba el estilo propio, donde esta influencia es más latente. Por ejemplo, en Del que hom no pot fugir la protagonista está inspirada en el personaje «Jacobé» de la obra Jacobé i altres narracions del autor Joaquim Ruyra.
La influencia que ejercieron tanto Armand Obiols como Joan Sales, está presente tanto en las obras como en la «correspondencia de maestría» que mantenían entre ellos. Armand Obiols, pareja sentimental durante muchos años, tomó el papel de consejero y lector crítico en el repaso de sus novelas entre 1939 y 1971, y la influyó en la organización y en la estructuración de alguna de las piezas más conocidas de la autora. Obiols también le mostraba las novedades bibliográficas del momento y sus propias referencias, que también acabaron influyéndola, como André Gide y Jean-Paul Sartre. En las primeras obras, la influencia del «Grupo de Sabadell», del que Obiols formaba parte, provocó un acercamiento al espacio urbano y a la crítica social; Un día en la vida d'un home es un buen exponente de esta nueva manera de hacer literatura. El valor de universalidad de La plaza del Diamante, como de la estructuración y coherencia, en la hora de crear las complejas relaciones entre los personajes de Espejo roto, estuvieron reforzadas por los consejos de Armand Obiols. Aunque que en menor cuantía, la huella de Joan Sales también es destacable, pues fue el editor principal de sus trabajos desde La plaza del Diamante y desde entonces tomó el papel de asesor literario. Joan Sales, a través de este asesoramiento sobre aspectos lingüísticos y estilísticos, influyó y ayudó en la evolución y mejora de estilo de Rodoreda. Sin embargo, la evolución final de sus obras venían marcadas por la decisión tomada por la autora, tal como apunta Anna Maria Saludes, de no aceptar todos los consejos y reomendaciones de estos dos escritores.
La influencia de los escritores psicologistas europeos, especialmente de Virginia Woolf, Marcel Proust y Thomas Mann, está presente en todo el corpus narrativo de la autora, exceptuando las obras mítico-simbólicas de la última etapa de su vida. La obra de Mercè Rodoreda se ha comparado a veces, por su estilo y su capacidad descriptiva, con la de Virginia Woolf, escritora a la que la catalana admiraba. Algunas de las características que se repiten en la obra de Rodoreda son una temática básicamente femenina y protagonizada por una mujer, así como un estilo narrativo poético y cargado de simbolismo. Las protagonistas de sus obras son mujeres frágiles pero que al mismo tiempo demuestran una gran fuerza interior. Dos muestras claras son Natalia, la «Colometa» de La plaça del Diamant o Cecilia, protagonista de El carrer de les camèlies. Rodoreda supo describir como nadie la sociedad catalana del siglo XX y los cambios que en ella se producían. La influencia de Marcel Proust está presente en la estructuración de las obras de Rodoreda, pues el tiempo avanza impasible y el pasado lo recoge todo, el recuerdo de un tiempo anterior, convertido en angustia, se transforma en un símbolo negativo en los protagonistas a causa de la imposibilidad de recuperar el «tiempo perdido». Rodoreda seguirá de este autor el uso del recuerdo como la actualización de un tiempo anterior. Sus obras están ambientadas en lugares donde ha vivido, desde el barrio barcelonés de Gràcia hasta Romanyá de la Selva, pasando por Ginebra. Otro rasgo característico que comparten es la necesidad del recuerdo y del secreto en el desarrollo de la narración. En la novela psicológica de ambos autores se presenta la esperanza del futuro, donde el anhelo del futuro representa la superación del presente y del pasado agónico. Rodoreda intentará huir de la evolución natural de las cosas a través de la creación de universos ficticios con un tiempo y un espacio diferente donde es posible controlar el paso del tiempo. La huella más visible de Thomas Mann en las narraciones rodoredianas es la universalización descriptiva a través de la inexactitud cronológica que facilita así la fluidez y naturalidad.
Caterina Albert más conocida bajo el nombre de Víctor Catalá, está muy presente, sobre todo en las primeras obras creativas de Mercè Rodoreda -publicaciones entre 1932 y 1938-, especialmente influenciadas por la novela Solitud. No obstante, se pueden encontrar algunos paralelismos en las obras posteriores de los años treinta, por ejemplo, el cuento Carnaval de Rodoreda recuerda la obra Carnaval de Víctor Catalá o algunos elementos de La Mort i la primavera, recuerdan a la obra Solitud. Rodoreda había leído alguna de las obras de Caterina Albert de las que extrajo diverosos recursos expresivos como la falacia patética y diversas imágenes simbólicas como algunos elementos de la naturaleza. En una compartida de algunas obras de ambas escritoras se encuentran paralelismos en la construcción de las tramas, en la constitución de los personajes e incluso en la temática.
El simbolismo es un recurso literario muy común en las obras de Mercè Rodoreda, especialmente en su obra narrativa. Hará uso de él, para expresar los constantes pensamientos interiores de sus personajes; Rodoreda consigue transformar al lector en un confidente involuntario que vive la angustia y agonía de los personajes con solo la palabra, los símbolos y las imágenes. Los referentes de la realidad que utilizó en sus símbolos provienen de su imaginación, a partir de sus conocimientos culturales, adquiridos a lo largo de su vida, en algunos casos, de la imaginario catalán como es el caso de las mujeres del agua. Sin abandonar estos referentes, crea un lenguaje simbólico, que pueda ser interpretado por el lector, sin demasiadas dificultades y presenta un alto grado de fabulación en muchas de sus obras, especialmente en sus últimas obras como Viatges i flors. Según Pere Gimferrer en Dietari 1979-80, fruto de la búsqueda de una perfección tanto formal como lingüística, Rodoreda tuvo una atención meticulosa a la hora de hacer uso de imágenes y símbolos conceptuales.
La obra literaria de Mercè Rodoreda se caracteriza por el uso de personajes principales femeninos en sus novelas, exceptuando Un día en la vida d'un home y Quanta, quanta guerra ... Este hecho provocó que erróneamente se asociara a Rodoreda con el movimiento feminista, aunque Rodoreda en varias entrevistas lo desmintió.
Yo creo que el feminismo es como un sarampión. En la época de las sufragistas tenía un sentido, pero en la época actual, que todo el mundo hace lo que quiere, creo que no tiene sentido el feminismo.
Mercè Rodoreda, Entrevista en La Vanguardia
A lo largo de su obra presentó un gran abanico de mujeres pertenecientes a diferentes estamentos sociales, edades o niveles culturales, a quien en algunos casos dará voz propia a través del uso del autodiegesis o el homodiegesis y el monólogo interior el cual es muy característico de la autora.
Los personajes protagonistas femeninos, aparte de estar condicionados por la problemática de la maternidad, también se encuentran sometidos a la problemática del hombre que, en muchos casos, provoca un deseo de encontrar un espacio propio. Como por ejemplo, el personaje masculino del «Quimet» en La plaza del Diamante impide la realización personal de «Natalia», que se encuentra sometida a la dominación masculina de su marido y que incluso le llega a anular su propia identidad imponiéndole otra («La Colometa»).
Gran parte de las mujeres de Rodoreda, por herencia de Virginia Woolf, presentan su hogar como el refugio que les permite aislarse de la realidad exterior, que llega hasta tal punto que salir al exterior de su entorno familiar, les produce malestar y se sienten abandonadas. Tanto la casa, como el jardín en algunas casos, como en la obra Aloma, se convierten en un símbolo obsesivo que representa la madre que las protege en exceso del mundo exterior.
Rodoreda murió en Gerona, a los 75 años de edad, víctima de un cáncer.