Juana María de la Vega, condesa de Espoz y Mina (La Coruña, 7 de marzo de 1805-22 de junio de 1872), fue una activista y escritora liberal española.
Casada con el guerrillero y militar liberal Francisco Espoz y Mina, tras su muerte fue aya y camarera mayor de Isabel II durante la minoría de edad de la reina entre 1841 y 1843.
Después volvió a La Coruña, donde residiría hasta su muerte y donde desplegó un intenso activismo político y social liberal, que compaginó con la escritura de dos obras de memorias, la última inacabada, en las que vindicó la figura de su esposo, convertido en un héroe de la Revolución liberal española.
En la edición de 1910 de la obra en la que recoge su experiencia como aya y camarera mayor de Isabel II, publicada por el Congreso de los Diputados presidido por el liberal José Canalejas, se afirmó que era «una de las mujeres más ilustres de cuantas han enaltecido el nombre de España», y que su nombre debería figurar además en el panteón literario femenino junto con Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cecilia Böhl de Faber, Carolina Coronado, Concepción Arenal y Rosalía de Castro.
Fue amiga y dio su apoyo de forma decidida a Concepción Arenal, la más importante activista y pensadora social del siglo XIX español, que se había trasladado a Coruña en 1863. En 1868, Juana de Vega coincidió con esta ferrolana en reclamar públicamente peticiones de indulto para los condenados a muerte y en protestar por la supresión de las Conferencias de San Vicente de Paúl, que ayudaban a los pobres y que al final el gobierno revoca. Juana de Vega también había intercedido en 1862 para pedir el indulto de dos protestantes condenados a pena de cárcel por motivos religiosos.
La labor de la Condesa de Espoz y Mina es fundamental para conseguir que Galicia llegue a contar con un Hospital Psiquiátrico moderno en Conxo (Santiago de Compostela). La idea original fue de ella, que también sugirió la ubicación. Dedicó siete años de esfuerzos a lograr la aprobación del proyecto, aunque no llegó a materializarse hasta después de su muerte. Comentando su larga lucha, un periódico madrileño destacaba, de entre las numerosas virtudes de la Condesa, “una voluntad perseverante”. En esa misma década, Juana de Vega impulsó y presidió la delegación local de la Cruz Roja, la primera gran ONG civil, cuya Asamblea Internacional la nombró socia de mérito.